Igual estás leyendo esto y las siglas SIBO/IMO te suenan a chino. Si es así, te invito a leer este artículo que hice hace unos años donde explico en qué consiste, causas y factores de riesgo.
Sin embargo, hoy no vengo a hablar de SIBO, sino de la necesidad (o no), de usar los test de aliento (de lactulosa o lactitol) casi de forma indiscriminada.
Como es bien sabido, el síndrome de intestino irritable (SII) guarda una estrecha relación con el SIBO/IMO. La realidad es que a día de hoy no podemos saber a ciencia cierta si una entidad provoca la otra (por ejemplo, que el SIBO/IMO sea la causa subyacente del SII o, por el contrario, el SII sea quien acabe provocando este sobrecrecimiento de microorganismos en intestino delgado).
La falta de marcadores específicos para diagnosticar SII o la ausencia de una técnica gold-standard para determinar la presencia de SIBO/IMO hacen que establecer la prevalencia real de cada una de estas patologías en la población de estudio resulte muy complicado.
Sea como fuere, -y aquí es donde viene el motivo del post-, en la actualidad estoy viendo con mucha frecuencia que se solicita el test de lactulosa/glucosa casi sin haber hecho un historial médico medio decente, ante signos y síntomas tan poco específicos como son la diarrea, malabsorción o distensión abdominal.
Si bien es cierto que a día de hoy seguimos topándonos con profesionales sanitarios que siguen pensando que el SIBO “es una invención” (os prometo que esta frase la escucho en consulta más de lo que me gustaría), parece que hemos pasado del “no sé de qué diantres me habla usted” cuando hemos solicitado la prueba para algún paciente que reunía muchas papeletas de estar sufriéndola, a pedirlas casi de forma sistemática y sin antes evaluar el riesgo real de que el paciente pueda sufrirla.
Bajo mi punto de vista, al no ser una prueba invasiva, el riesgo del paciente por hacérsela es mínimo. Hasta ahí bien. Sin embargo, hay otros motivos por los que estoy en contra de solicitarla de forma indiscriminada al mínimo síntoma digestivo:
- A pesar de que es lo más fiable que tenemos a día de hoy para diagnosticar SIBO/IMO, sigue siendo una herramienta con una sensibilidad baja, por lo que si la solicitamos “por ir descartando cosas” y sin un criterio sólido, podemos correr el riesgo de obtener un resultado falso positivo y acabar tratando al paciente con una tanda de antibióticos sin necesidad.
- Creamos un problema donde no lo hay y dejamos de buscar otras causas más importantes que igual pudieran requerir mayor atención.
- Aunque se trata de una prueba relativamente barata (normalmente el precio de venta al público ronda los 70€), normalmente quien la hace se la tiene que terminar pagando de su bolsillo, por lo que me parece poco ético ir recomendando pruebas sin saber si realmente son útiles… (Claro, si no la pago yo, ¡qué más da! ¿No?). De hecho, este es un tema que me molesta profundamente y del que prometo hablar otro día con más calma…
Es por eso que, salvo excepciones muy claras donde tengamos claro que hay que solicitar la prueba cuanto antes (por ejemplo, en personas que tengan alguno de los factores de riesgo que predisponen a esta alteración, lo ideal sería que una vez hayamos hecho el cribado básico a nivel digestivo para descartar las principales entidades de riesgo (y las que más urgencia nos deberían despertar), comencemos con el tratamiento indicado en cada caso.
Es decir, ir modificando la dieta de forma individualizada según las características del paciente, paralelamente a cualquier tratamiento farmacológico y/o con suplementos que tuviera el paciente prescrito. Por experiencia os diré que en muchos casos no es necesario pedir el test porque hay una evolución muy buena y el paciente se ha ahorrado un test innecesario.
Y entonces, ¿qué pasa si no mejora con dieta y otros tratamientos?
En caso de que tras unas semanas con cambio de dieta y habiendo descartado otros factores de confusión, el paciente no terminase de ver mejoría, siempre estaremos a tiempo de solicitar el test para descartar esta entidad como origen de los síntomas.
Pero, ¿es realmente la mejor forma de actuar?
Actualmente los consensos de expertos en patología digestiva están de acuerdo con evitar solicitar de forma masiva e indiscriminada este test a la más mínima alarma de síntomas digestivos, instando a usarlo únicamente en aquellos casos en los que no se consiga ver un avance positivo en la sintomatología del paciente.
Así, muy resumidamente la idea sería la siguiente:

*Signos de alarma:
- Aparición de síntomas ≥50 años
- Cambio reciente en hábito deposicional
- Sangrado rectal en ausencia de hemorroides o fisuras anales
- Pérdida de peso inintencionada
- Síntomas nocturnos (dolor o ganas de defecar)
- Síntomas severos o que se van agravando en el tiempo
- Historia de colecistectomía, resección de íleon terminal o radioterapia pélvica
- Antecedentes familiares de cáncer colorrectal
- Antecedentes familiares de enfermedad inflamatoria intestinal
- Masa abdominal palpable o inflamación de ganglios linfáticos
- Anemia
- Serología positiva para celiaquía
- Evidencias de inflamación intestinal (calprotectina fecal o PCR en sangre alteradas)
Espero que os haya resultado interesante el post. ¡Estaré encantada de leeros en comentarios! 🙂
Bibliografía:
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